San Pedro de las Herrerías en Zamora, plena Sierra de la Culebra, es símbolo de total relajación. No hay bar, no hay panadería, no hay tiendas, no hay nada.
Los dos días laborables allí no apareció nadie, el pueblo estaba prácticamente desierto con lo cual no se podía respirar más tranquilidad. A mí me pareció absolutamente delicioso.
Supongo que ésto es debido al abandono que sufren estos pueblos rurales en favor de las ciudades y que hace que proliferen por la sierra muchos animales como el lobo aprovechando la ausencia del humano, ya que son extensísimos estos parajes de la Sierra de la Culebra, sin civilización, vacíos, donde pueden campear a sus anchas.
El fin de semana algunas personas llegaron a la casa rural. En verano sus habitantes se multiplican, como en todos los pueblos, máxime cuando hay un campamento juvenil cercano.
Tan poco era el trajín estos dias, que las cigüeñas que anidaban en el campanario de la pequeña Iglesia se asustaban al vernos pasar y alzaban el vuelo. No sé quién tenía más traumatizado a quién pues no era nuestra intención molestarlas.
Estaban ellas afanadas preparando su primaveral nido trayendo ramas de acá y de allá.
Salimos a pasear un rato a las 8 de la mañana por las desérticas calles mientras hacíamos tiempo para que nuestros compañeros se liberasen de los brazos de Morfeo.
Cual fue mi sorpresa cuando paseando en completa soledad, distingo a lo lejos las siluetas de unas preciosísimas y enormes ciervas que estaban junto a los huertos del pueblo intentando comer quién sabe qué. Me sentí como aquel del anuncio que echaban en televisión, el que salía de su casa y se encontraba de repente con un hermoso reno. Bueno, no recuerdo bien qué era, pero fue el mismo momento mágico.
Ni qué decir tiene que al notar mi presencia se esfumaron, y eso que en cuando las ví ni me moví para no espantarlas. Lentamente, tranquilas, desaparecieron de mi vista sin perder ojo de mí.
Qué pasada de sensación. Sólo ellas y yo en el pueblo. O eso creía, mi compañero apareció por una calle más allá, deseoso de contarme también el mágico encuentro. Resulta que no las había visto yo sola.
Nos hemos traído de recuerdo este bonito cuerno de corzo que encontramos en un camino y que habrá perdido el susodicho en otoño.
Sin embargo tengo a su hermano mayor ya en casa, éste pesa más de un kilo y mide 60 cm. de alto. Es de ciervo, que los pierde los primeros días de primavera.
No menos importancia tiene, entre numerosos pajarillos que habitaban por allí, este simpático herrerillo que nos saludaba cada mañana al salir de casa.
Ni unos cuantos milanos reales que planeaban en el cielo, de los cuales no tengo una foto decente, pero son así de bonitos, tal cual esta fotografía que me he permitido coger de Manuel Estébanez, uno de los autores del blog Miradas cantábricas que tengo enlazado en el lateral y que os recomiendo.
Quién estuviese por allí de nuevo para perder el tiempo observando, o mejor dicho, para aprovechar el tiempo disfrutando de la vida contemplativa.